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jueves, 12 de abril de 2012

Procesión Jesús del Gran poder


Viernes Santo, siete de la mañana. El norte de Quito está vacío, el tránsito es ideal, casi no hay autos ni personas en la calle. Sin embargo, los buses de la Ecovía que van hacia el sur están repletos, muchos se dirigen al Centro, a la procesión de Jesús del Gran Poder.

Esta procesión, cumple cincuenta años, es una de las manifestaciones religiosas más tradicionales de la capital, que mueve a mas de dos millones de personas, entre turistas y residentes. En el Centro Histórico, el paisaje es muy distinto al semivacío del norte: la Policía ha bloqueado el paso vehicular, las calles están repletas. Muchas personas entran en las diversas iglesias a rezar las estaciones, y muchas más se dirigen a San Francisco, de donde parte, a mediodía la procesión. Desde muy temprano se amontonan en las aceras por donde recorrerá la procesión para guardar un puesto y tener primera fila. Personas se aglutinan desde las 4 o 5 de la mañana para permitirse un espacio de oración.
En el convento de San Francisco, mientras tanto, se alistan los numerosos participantes; están listos los disfraces de los cucuruchos, las verónicas, los Jesús, los soldados. Afuera del convento, en cambio, están agrupadas varias de las cruces que los penitentes cargarán durante el recorrido. Participar en la procesión es un gran acto de fe y de expiación de los pecados.



La procesión comenzó mucho más temprano de lo esperado. Diez de la mañana, el desfile de fuerzas especiales y policías municipales se dispusieron en lugares estratégicos para salvaguardar a los fieles, mientras en la plaza de San Francisco, se disponía una tarima de alabanza compuesta por franciscanos. Pero al regresar al aclamado comienzo del Vía Crusis, se encuentran un sinnúmero de imágenes lacerantes para muchos, en otros casos muestra de fe y redención.

Niños descalzos, mujeres y hombres marcándose la piel con objetos corto punzantes, alambres y hojas que producen efectos inflamatorios como la ortiga, que afirman la expiación de sus pecados a través de métodos poco usuales. Son imágenes bastante peculiares que se encuentran a lo largo de la procesión.

Ciertamente la presencia católica aún es muy fuerte dentro del ámbito ecuatoriano. La fe católica pone a colación muchísimas críticas por ciertas costumbres que se han generado entre la gente para presentarse apto para entrar al Reino de los Cielos. Aunque es un tema que  sitúa debate, no podemos dejar atrás la belleza que posee lo extraño.

Las cadenas, palos, azotamiento para los seguidores católicos es objeto de una ávida concepción por este día.

Los cucuruchos simbolizan a los penitentes que, vestidos con túnicas moradas y bonetes altos en forma de cono, muestran su arrepentimiento y su voluntad de cambio.

 Las Verónicas son las mujeres que recuerdan a aquella que se acercó a Jesús mientras iba al Calvario y le limpió el rostro cubierto de sudor y sangre y en cuyo lienzo quedó impregnado el rostro de Jesucristo. En Quito, las Verónicas también visten de morado y llevan el rostro cubierto con un velo negro.
Hay fieles que en signo de arrepentimiento, cargan inmensas cruces de madera y rezan con angustia. Pero no es suficiente, muchos de ellos llevan sus pies descalzos sin importar el pavimento áspero y caliente.

Luego de varias horas de procesión los penitentes caminan a pesar de que las cadenas lastimaron sus pies y el peso de las cruces hizo sangrar sus hombros. Piden ayuda entre los espectadores para aliviar la carga. Los cucuruchos pasan agachados, cojeando, la gente se acerca y les da de beber agua fresca. Toman aliento y siguen.


En San Juan se escucha con nitidez el compás de las marchas fúnebres de las bandas tradicionales. Ser parte de la banda es una tradición musical, que va de generación en generación.

Es un ensamble que reúne a tres generaciones: los abuelos ejecutando su parte con el peso de los años; los padres orgullosos de haber perpetuado la costumbre; los niños y niñas mostrando ya un dominio de los sencillos compases de los cantos religiosos.

Al final, seis de la tarde, se complica el tráfico en Quito, la gente despavorida huye por la lluvia, corre hacia el Trole, la Ecovía y las líneas de buses.

Ahora las calles están repletas de pisadas, papeles y desperdicios cubiertos por torrentes de agua que bajan por la calles quiteñas, entre ventas, paraguas y niños perdidos.

Pero de pronto, la ciudad de torna vacía, cual pueblo de nadie, las iglesias cierran sus puertas y se presenta una nueva cara al Quito tardío entre la lluvia copiosa junto a los caminantes desgastados por la larga caminata. Ahora solos, ahora tristes...

La "otra cara del Jesús del Gran Poder" (Ensayo)

El protagonismo religioso de la Iglesia Católica es sumamente importante dentro de la vida de los ecuatorianos. Aun existiendo diversas tendencias políticas y religiosas, el catolisismo conduce aglomeraciones masivas de gente, desde los sectores elitistas hasta los más populares.

Las variadas propuestas de la Iglesia, sin duda son un fenómeno fanático, no solo a nivel ecuatoriano, sino mundial. Se promueve la unificación, dejando las clases sociales y económicas, la misericordia, el amor, la tolerancia, etnias, etc. .Sin embargo, el contexto en el que la Religión Católica se presenta, es muy diferente a lo que promueve. Se aduce que las Sagradas Escrituras, son el credo de dicha religión, pero, lamentables sucesos como la marginación social, el racismo, la opulencia protagonista por varios católicos, hacen de esta religión una mera y miserable sátira.
Y, ¿por qué me atrevo a enjuiciar al catolisismo? Porque el día Viernes Santo, 8 de abril del 2012, tuve la grata experiencia de compartir la mañana y tarde, junto a la comunidad católica que se movilizaba ferviente por las calles de Quito. Entre millares de personas aglutinadas por observar el Via Crusis, no solo están las figuras clásicas del Cristo, los cucuruchos, las verónicas, entre otros, sino los fanáticos que sacuden sus espaldas con gruesas cuerdas para lacerarse, otros con clavos, encadenados, latigándose… y ente la sangre que rueda por sus cuerpos se notan los rostros humildes de los devotos, ¿por qué se laceran? Algunos expían sus pecados, otros por culpa, otros por simular el sufrimiento de Cristo…

Lo que ellos no ven, es que la patética institución somete al fiel a costa de la ignorancia. Yo no veo unidad, no amor, sino fanatismo. No veo fe, sino el morbo de los pasantes y la prensa por fotografiar personajes extravagantes, macabros y masoquistas.

No puedo concebir que una religión que promulga la piedad, la humildad, el perdón, permita que exista gente vagando y mendigando en las calles de Quito, apartada de todos. Consumiéndose entre sus canciones y últimas ventas del pozo millonario, por ganarse un mísero pedazo de los manjares que van ostentando los fieles. ¿Dónde está el alimentar y ser servicial con los pobres? ¿Dónde está la fe por un Cristo que ama a todos sin distinción de etnia, sexo o religión?

Entonces, me pregunto, si deberíamos festejar o realizar una procesión en nombre de Jesús colmada de imágenes, lloriqueos y canciones, en lugar, de compartir un domingo con aquellos que caminan descalzos, roban, o ignoran; con aquellos que sufren desconsolados, caras sin maquillaje cubiertas de polvo y sudor.

Creo que sería más dignificante el proteger, el despojarse, el enseñar, el amar y respetar, que un simple camino cubierto de policías protegiendo una imagen o miles de personas caminando por horas hasta la Basílica.

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